lunes, 28 de noviembre de 2011

Más alto.

                Aquella vez la botella ya estaba en la arena, la recogí con las manos frías, ya había llegado el invierno. No había nadie conmigo, a pesar de que la playa estuviera llena de personas que caminaban de aquí para allá.  El papel estaba mojado, y la botella quedó vacía a mis pies mientras, sentada, leía su contenido:
Dicen que en boca cerrada no entran moscas, que tres son multitud pero que donde caben dos caben tres. Que iban dos y se cayó el del medio, que todo lo compartido es más divertido. Se dice que hay tres tristes tigres comiendo trigo en un trigal. Que si mezclas el puré de patatas con la salsa, después no se pueden separar. El humo sale del cigarrillo de aquel hombre, pero nunca vuelve a entrar. Es para siempre.
                 Medimos cada paso, y calculamos sus efectos. Vivir a la espera de unos resultados y siempre a hurtadillas, como el niño que revisa los armarios cuando su madre le esconde la PSP o simplemente, como acabarte la tableta de chocolate a escondidas.
                Los riesgos son de otros, lo de tirarse a la piscina y lo de aceptar lo que venga no es tan fácil como parece, nos acostumbramos a vivir de un modo simple y solamente buscamos tener todo calculado, para no salirnos de lo establecido. Nos gustan las películas de amor en las que él corre sin saber por qué, a los brazos de ella, o las historias que nos cuentan en las que un amigo de un amigo se arriesgó a…
                Pero impasibles estamos en casa, en el sillón, esperando a que alguien nos saque de nuestro sopor y de nuestra incesante vida de rutinas y manías, que los riesgos los corran otros. Y es que reír es arriesgarse a parecer un tonto feliz, y  llorar es arriesgarse a parecer sentimental. Porque acercarse a alguien, y amarle es arriesgarse a involucrarse y sentir, mostrar tus sentimientos es arriesgar tu interior. Aunque exponer tus ideas o tus sueños a una multitud es arriesgarse a perderlos y vivir es arriesgarse a morir.
                Vivir no es existir de un modo seguro en el sillón de casa, ni esperar a que las soluciones vengan a nosotros. Apagar la televisión, hacerse fuerte y caminar. Arriesgándose a caerse y poder así levantarse, porque el peor riesgo es no arriesgarse. Escribir tareas en la agenda que nunca haremos, acumular sueños que conllevan demasiado peligro, pero Benedetti lo dijo:
“Me gusta la gente que arriesga lo cierto por lo incierto, para ir detrás de un sueño”
                Cuantas veces esperamos a que los demás lleguen y nos solucionen nuestros problemas, o simplemente rezamos a dioses que no existen en nuestros días buenos, para que nos salven en los exámenes de matemáticas. ¿A quién pretendemos engañar? En esta sociedad de clones, que se suceden unos tras otros sin la esperanza en sus ojos, y la rutina bombeando en el pecho. Ser un clon más te pide la sociedad, pero siempre levantarse y decidirse, tomar la decisión y hacer oídos sordos a los comentarios y a el “qué dirán”. No sentirse una Bernarda Alba, y que te coman los rumores. Es tu decisión, así que… solo queda arriesgarse, y sentir que: el miedo a fracasar no te puede dejar atrás.

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